>Lo que de verdad me sorprende al escuchar vuestros relatos es que en
>una sociedad tan avanzada en la que vivimos todavía exista un terror
>tan generalizado hacia pequeños animales y, lo que es peor, una
cierta >tendencia a emplear métodos inapropiados o excesivamente
bestias...
Y además, partiendo de la base, científicamente probada de que las ratas son maléficas criaturas del Diablo, forma que asumen espíritus perversos o bien familiares de brujas, hay que tener en cuenta los posibles y lamentables errores de los servicios de inteligencia y/o daños colaterales.
Quiero decir, este verano, en mi casa de El Puerto (entorno urbano/ barrio obrero) mi padre empezó a gritar ¿esto qué es? -pregunta retórica que en el contexto significaba ¡no puede ser, una rata en mi casa!- al descubrir un bicho pequeño y de pelo marrón escondido entre el desorden de sillas y posters sin abrir que hay junto a mi estantería. Afortunadamente, no hay espadas en casa, y una investigación más sosegada (en la que mi viejo hizo gala del legendario valor de los Álvarez enfrentándose a una posible rata con las manos desnudas como el viejo Varmand con el oso) descubrió un cachorrito de liebre que inexplicablemente había entrado en mi casa (?) (lean "Carta a una señora en París" de Cortázar si no lo han hecho ya para comprender por qué me quedé balbuceando esperando que aparecieran más animales). Y, antes de que me condenen por invocaciones juro por todos los dioses que yo no estaba pensando en conejos [en aquel momento, quiero decir]. En todo caso, como todo el mundo sabe, las liebres son criaturillas de Dios.
Sepan los amantes de los animales que aquella liebre no fue trastornada, el entuerto fue desfecho por una cuidadosa investigación (aunque resultó un poco raro descubrir que el pequeño cachorro no se había alimentado de nada durante nueve días) y hoy en día la liebre goza de un merecido retiro.
Moralejas de la fábula:
Saludos,
Antonio
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