Del descubrimiento del Anillo
Tal y como se cuenta en el volumen previo a esta joya, titulado
Amanecer Troll, Birlo Bribón partió de viaje con una banda
de enanos dementes y un masón de infausto nombre,
Grangolf, para privar a un dragón de su montaña de pagarés y
obligaciones del Tesoro y bonos basura. La empresa resultó
todo un éxito y el dragón, un basilisco veterano de la guerra
que apestaba como un autobús en hora punta, fue atacado por
la espalda mientras miraba en el periódico si le había tocado la
lotería. Pese a las sorprendentes e inútiles gestas que se llevaron
a cabo, esta aventura nos importaría un comino –de
importarnos algo– si no fuera por una pequeña muestra de
latrocinio de la que hizo gala Birlo, aunque quizá solo lo hiciera
para justificar su nombre. Una manada errante de porcos
tendió una emboscada al grupo mientras atravesaba las
Montañas Trufadas y, al acudir Birlo en ayuda de sus compañeros,
el bobbit de algún modo se desorientó y acabó perdido
en una caverna, curiosamente a una distancia bastante respetable
de la contienda. Al encontrarse ante la boca de un túnel,
que era obvio que se adentraba en la tierra, Birlo sufrió una
recaída temporal de un viejo achaque en el oído interno y se
apresuró subterráneo abajo en socorro de sus amigos, o al
menos eso creía. Después de correr hasta que los juanetes se le
pusieron en carne viva y no encontrarse nada más que pasadizo tras
pasadizo, cuando ya empezaba a olerse que se habría
equivocado al doblar algún recodo, se dio cuenta de que el pasillo
por donde iba desembocaba en una caverna muy grande.
Cuando los ojos de Birlo se acostumbraron a la escasez de
luz, percibió que la gruta estaba ocupada casi en su totalidad
por un lago enorme de forma arriñonada donde chapoteaba
ruidosamente un payaso de aspecto estrafalario llamado
Rollum, subido en un viejo caballito de mar hinchable. Este
ser de aspecto monstruoso (el payaso, no el caballito) se alimentaba
de pescado crudo acompañado en ocasiones de
algún que otro viajero perdido del mundo exterior, así que
acogió la inesperada aparición de Birlo en su sauna subterránea
con el mismo alborozo que si hubiera llegado el repartidor
de pizzas. Como cualquiera que tenga sangre bobbit,
Rollum prefería la aproximación alevosa cuando tenía que
agredir a criaturas que midieran más de cinco pulgadas5 o
pesaran más de diez libras6 y, en consecuencia, retó a Birlo a
un concurso de acertijos sólo para ganar tiempo mientras
pensaba en algo mejor. El bobbit aceptó, pues al parecer
sufrió un ataque súbito de amnesia respecto al hecho de que
fuera de la cueva estaban haciendo picadillo a sus amigos.
Se plantearon innumerables adivinanzas como quién ganó
el festival de la OTI en 1979 o dónde estaba Krypton.
Finalmente Birlo venció en el concurso ya que, al quedarse
bloqueado pensando en qué acertijo preguntaría a continuación,
su mano fue a dar con el cacharillo del 38 corto que tenía
guardado, mientras decía para sí: «Adivina, adivinanza…
Mmmh… ¿Qué demonios tengo en el bolsillo?». Pero Rollum
lo oyó y no supo responder a esto y, picado por la curiosidad,
chapoteó hacia él gimoteando: «Déjame verlo, déjame verlo».
Birlo le respondió sacando la pistola y vaciando el cargador en
dirección hacia él. La oscuridad le hizo errar los tiros pero, aún
así, consiguió pinchar el flotador de Rollum, con lo que éste
empezó a hundirse como una piedra, pues no sabía nadar. Así
que el desecho de bobbit rogó a Birlo que lo sacara de allí y,
mientras éste lo hacía, se fijó en el anillo de aspecto tan tentador
que Rollum lucía en el dedo y se lo mangó. Birlo lo habría
matado allí mismo, por aquello de no dejar pruebas, pero no
lo hizo porque le dio lástima. «Lástima que me haya quedado
sin balas», pensó el bobbit mientras huía túnel abajo perseguido
por los gritos coléricos del siseante Rollum.
Se debe hacer notar un hecho curioso: que Birlo nunca
explicase esta historia y dijera, en vez de ello, que se había
encontrado el Anillo colgando de la nariz de un cerdo o que
le había tocado en una tómbola, que no lo recordaba demasiado
bien. Grangolf, suspicaz por naturaleza, consiguió finalmente
arrancarle la verdad gracias a una de sus pócimas secretas (Con toda
probabilidad pentotal sódico).
Lo que más le sorprendió al mago fue que Birlo, un bobbit
tan mentiroso compulsivo y crónico como era, no se hubiera
inventado una patraña más espectacular desde el principio.
Fue entonces, unos cincuenta años antes de que empiece
nuestra historia, cuando Grangolf se dio cuenta por primera
vez de la importancia del Anillo. Como de costumbre, estaba
completamente equivocado.
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