(OT) Prologo de "El sopor de los anillos"

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Fecha: Sun, 23 Jun 2002 12:28:34 +0000


Del descubrimiento del Anillo
Tal y como se cuenta en el volumen previo a esta joya, titulado Amanecer Troll, Birlo Bribón partió de viaje con una banda de enanos dementes y un masón de infausto nombre, Grangolf, para privar a un dragón de su montaña de pagarés y obligaciones del Tesoro y bonos basura. La empresa resultó todo un éxito y el dragón, un basilisco veterano de la guerra que apestaba como un autobús en hora punta, fue atacado por la espalda mientras miraba en el periódico si le había tocado la lotería. Pese a las sorprendentes e inútiles gestas que se llevaron a cabo, esta aventura nos importaría un comino –de importarnos algo– si no fuera por una pequeña muestra de latrocinio de la que hizo gala Birlo, aunque quizá solo lo hiciera para justificar su nombre. Una manada errante de porcos tendió una emboscada al grupo mientras atravesaba las Montañas Trufadas y, al acudir Birlo en ayuda de sus compañeros, el bobbit de algún modo se desorientó y acabó perdido en una caverna, curiosamente a una distancia bastante respetable de la contienda. Al encontrarse ante la boca de un túnel, que era obvio que se adentraba en la tierra, Birlo sufrió una recaída temporal de un viejo achaque en el oído interno y se apresuró subterráneo abajo en socorro de sus amigos, o al menos eso creía. Después de correr hasta que los juanetes se le pusieron en carne viva y no encontrarse nada más que pasadizo tras pasadizo, cuando ya empezaba a olerse que se habría equivocado al doblar algún recodo, se dio cuenta de que el pasillo por donde iba desembocaba en una caverna muy grande. Cuando los ojos de Birlo se acostumbraron a la escasez de luz, percibió que la gruta estaba ocupada casi en su totalidad por un lago enorme de forma arriñonada donde chapoteaba ruidosamente un payaso de aspecto estrafalario llamado Rollum, subido en un viejo caballito de mar hinchable. Este ser de aspecto monstruoso (el payaso, no el caballito) se alimentaba de pescado crudo acompañado en ocasiones de algún que otro viajero perdido del mundo exterior, así que acogió la inesperada aparición de Birlo en su sauna subterránea con el mismo alborozo que si hubiera llegado el repartidor de pizzas. Como cualquiera que tenga sangre bobbit, Rollum prefería la aproximación alevosa cuando tenía que agredir a criaturas que midieran más de cinco pulgadas5 o pesaran más de diez libras6 y, en consecuencia, retó a Birlo a un concurso de acertijos sólo para ganar tiempo mientras pensaba en algo mejor. El bobbit aceptó, pues al parecer sufrió un ataque súbito de amnesia respecto al hecho de que fuera de la cueva estaban haciendo picadillo a sus amigos. Se plantearon innumerables adivinanzas como quién ganó el festival de la OTI en 1979 o dónde estaba Krypton. Finalmente Birlo venció en el concurso ya que, al quedarse bloqueado pensando en qué acertijo preguntaría a continuación, su mano fue a dar con el cacharillo del 38 corto que tenía guardado, mientras decía para sí: «Adivina, adivinanza… Mmmh… ¿Qué demonios tengo en el bolsillo?». Pero Rollum lo oyó y no supo responder a esto y, picado por la curiosidad, chapoteó hacia él gimoteando: «Déjame verlo, déjame verlo». Birlo le respondió sacando la pistola y vaciando el cargador en dirección hacia él. La oscuridad le hizo errar los tiros pero, aún así, consiguió pinchar el flotador de Rollum, con lo que éste empezó a hundirse como una piedra, pues no sabía nadar. Así que el desecho de bobbit rogó a Birlo que lo sacara de allí y, mientras éste lo hacía, se fijó en el anillo de aspecto tan tentador que Rollum lucía en el dedo y se lo mangó. Birlo lo habría matado allí mismo, por aquello de no dejar pruebas, pero no lo hizo porque le dio lástima. «Lástima que me haya quedado sin balas», pensó el bobbit mientras huía túnel abajo perseguido por los gritos coléricos del siseante Rollum. Se debe hacer notar un hecho curioso: que Birlo nunca explicase esta historia y dijera, en vez de ello, que se había encontrado el Anillo colgando de la nariz de un cerdo o que le había tocado en una tómbola, que no lo recordaba demasiado bien. Grangolf, suspicaz por naturaleza, consiguió finalmente arrancarle la verdad gracias a una de sus pócimas secretas (Con toda probabilidad pentotal sódico).
Lo que más le sorprendió al mago fue que Birlo, un bobbit tan mentiroso compulsivo y crónico como era, no se hubiera inventado una patraña más espectacular desde el principio. Fue entonces, unos cincuenta años antes de que empiece nuestra historia, cuando Grangolf se dio cuenta por primera vez de la importancia del Anillo. Como de costumbre, estaba completamente equivocado.

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