«Una tarde, tras matar a un ciervo con astas de ocho puntas, a un
jabalí más alto que dos hombres, y corregir los malos modales de
cuatro pueblos, Mogoch, un jefe, se sentó junto a la orilla para
descansar. Era de constitución tan gigantesca, que las nubes casi le
tapaban la cabeza. Metió los pies en el mar, junto a la base de los
acantilados, para refrescarse. Luego se reclinó hacia atrás y observó
la reunión que tenía lugar entre dos hermanas sobre su fertilidad.
»Las hermanas eran gemelas, ambas hermosas, de hablar dulce y hábiles
con el arpa. Pero una de ellas se había casado con el jefe guerrero
de una gran tribu, y pronto descubrió que su vientre no podía
concebir. Se volvió tan agria como la leche que ha quedado demasiado
tiempo expuesta al sol. La otra hermana se había casado con un
guerrero exiliado llamado Peregu. El campamento de Peregu estaba en
los más profundos desfiladeros de la parte más lejana del bosque, pero
acudía junto a su amada en forma de lechuza. Ella acababa de tener
una hija, pero, como Peregu estaba exiliado, la hermana de rostro
amargado y su ejército se habían presentado para llevarse a la
criatura.
»Tuvo lugar una gran discusión, y las armas chocaron. La amada de
Peregu ni siquiera había tenido tiempo deponerle nombre a la niña,
cuando su hermana le arrebató el pequeño bulto envuelto en telas y lo
alzó sobre su cabeza, para ser ella quien le diera nombre.
»Pero el cielo se oscureció, y aparecieron diez urracas. Eran Peregu
y sus nueve hermanos de espada, mutados por la magia del bosque.
Peregu descendió en picado, tomó a la niña entre sus garras y se
remontó, pero un tirador le derribó con su honda. La niña cayó, pero
los otros pájaros la recogieron en el aire y se la llevaron. Así que
fue llamada Hurfathana, que quiere decir "la niña criada por
urracas".
»Mogoch, el jefe, contempló todo esto con diversión despectiva, pero
sentía respeto por el difunto Peregu. Recogió al pajarilla y le
devolvió la forma humana.
Como tenía miedo de aplastar pueblos enteros si excavaba una tumba
con el dedo, Mogoch se metió al exiliado muerto en la boca, y se
arrancó un diente para que le sirviera de lápida funeraria. Así,
Peregu fue enterrado bajo una gran piedra blanca, en un valle que
respira.»
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