Compárese con la leyenda terrestre sobre el Diablo que acude a las
mascaradas ;-))))))))))))))))))))
Esta historia sucedió en Hurepoix, cerca de Arpajon. Yo estaba todavía en la adolescencia pero tenía ya la curiosidad de un viejo investigador y quería saberlo todo acerca del Diablo de los campos.
Tras haber atormentado alegremente a un personaje de paja llamado Bineau, mis compañeros me convencieron para ir a beber la última botella a la casa de uno de ellos. Éramos cinco y nuestros rostros estaban cubiertos con grotescas máscaras. El que había hecho la invitación fue a buscar el aguardiente, puso cinco vasos sobre la mesa y los llenó hasta el borde.
Nos levantamos las máscaras para beber y cada cual cogió su vaso, pero sobre la mesa quedó uno que nadie reclamó.
Sorprendidos, nos contamos. ¡No éramos más que cuatro!
A petición del más avisado de nosotros, que se había puesto súbitamente pálido y grave, volvimos a colocarnos las máscaras y, sin posibilidad ninguna de duda, volvimos a ser cinco. Nos quitamos de nuevo las máscaras y otra vez volvimos a ser cuatro.
—Vayámonos enseguida... *Él* está aquí... El quinto es *Él*...
—murmuró con voz apagada el que primero había sospechado.
Así tuve, muy joven aún, la revelación de que el Diablo se apunta a todas las mascaradas.
[Claude Seignolle, _Los evangelios del Diablo_, Barcelona: Crítica, 1990, tr. A. López Tobajas y M. Tabuyo]
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