[OT] Fuentes de inspiración en la literatura fantástica.

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Fecha: Mon, 22 Sep 2003 22:56:42 +0000


Buenísimas... ;)

¿Os acordais que prometí un extracto de las nobelas de Leiber cuando comenté como ha sido una influencia en mi estilo rolero? Pues aquí lo teneis, para que veais otro estilo de contar las aventuras y desventuras de los heroes de "espada y brujería" (un término que acuñó el propio Leiber, coetáneo de Howard)



Las Espadas de Lankhmar
Fritz Leiber
(Extracto del capítulo 7)

Fafhrd se despertó consumido por la sed y el deseo amoroso, y con la certeza de que era ya muy tarde. Sabía dónde estaba y, en general, lo que había sucedido, pero su recuerdo del día anterior era momentáneamente brumoso. Su situación podría compararse a la de un hombre perdido en un profundo valle, que vislumbra las cumbres montañosas que se recortan contra el cielo en el horizonte pero al que ciega un mar blanco de espesa niebla.

Sabía que estaba en la frondosa Kvarch-Nar, la principal de las llamadas Ocho Ciudades (aunque ninguna de ellas podía compararse con Lankhmar, la única urbe digna de tal nombre en el Mar Interior). Y sabía que se hallaba en la habitación que le había sido asignada en el desordenado, bajo, sin verdaderas murallas, pero aun así hermoso palacio de madera de Movarl. Cuatro días antes el Ratonero había zarpado hacia Lankhmar a bordo de la Calamar [...] Sin embargo Fafhrd había preferido quedarse algún tiempo más en Kvarch-Nar, puesto que para él era un lugar de diversión. Uno de los motivos para permanecer allí, quizá el más importante, era haber encontrado en esta corte a una muchacha bella y amante de los placeres llamada Hrenlet.

Esto es lo que a grandes rasgos había sucedido. En cuanto a los detalles menores, digamos que Fafhrd estaba cómodo en la cama, aunque se sentía un tanto agobiado... porque no se había quitado las botas ni ninguna de sus prendas de vestir, ni siquiera se había desprendido de su hacha de mango corto, cuya hoja, afortunadamente cubierta por su gruesa funda de cuero, le oprimía un costado. No obstante, también le embargaba la sensación de haber coronado una hazaña gloriosa. Todavía no estaba seguro de cuales eran sus motivos, pero era una magnífica sensación.

Se orientó sin abrir los ojos ni mover un solo músculo. A su izquierda, al alcance de la mano, sobre una maciza mesilla de noche, encontraría un gran jarro de peltre lleno de vino ligero. Incluso sin tocarlo podía notar su frescura...

A su derecha, todavía más al alcance de su mano, estaría Hrenlet. Podía notar el calor que irradiaba y sus ronquidos... muy sonoros, francamente.

Pero ¿se trataba realmente de Hrenlet?¿O, en cualquier caso, solo de Hrenlet? La noche anterior, antes de que él fuera a la mesa de juego, la muchacha se mostró muy alegre, amenazando juguetonamente con presentarle a una prima suya, pelirroja e impetuosa, de Ool-Hrusp, donde tenían una gran riqueza en ganado. ¿Sería posible que...?

Si así fuera, todavía mejor.

Mientras, su cabeza seguía hundida en las mullidas almohadas... ¡Ah, por fin se le ocurrió el motivo de su creciente sensación de bienestar! La noche anterior había limpiado a la mayoría de los soldados de Movarl de sus rilks lankhmarianos de oro, gronts de oro de Kvarch-Nar... ¡de todas las monedas de oro de las Tierras Orientales, de Quarmall y los demás lugares!. Sí, ahora lo recordaba bien: los había vencido a todos y en el sencillo juego de los seis y los sietes, donde el que tiene la banca gana si iguala el número de monedas que el jugador oculta en su puño cerrado.  

Aquellos necios de las Ocho Ciudades no se daban cuenta de que intentaban agrandar sus puños cuando tenían seis monedas de oro y los estrechaban cuando tenían siete. Sí, les había dejado sin blanca... y al final había cometido la locura de hacer juego con una cuarta parte de sus ganancias, contra un delgado silbato de hojalata con extraños grabados y supuestamente dotado de propiedades mágicas ¡y también lo había ganado!. Entonces los saludó a todos y se marchó feliz, bien lastrado de oro como el galeón que transporta un tesoro, para acostarse con la bella Hrenlet. ¿Había hecho el amor con ella? No estaba seguro.

Se permitió un bostezo que puso de manifiesto lo seca y rasposa que tenía la garganta. ¿Existió alguna vez un hombre más afortunado? A su izquierda tenía vino; a su derecha una muchacha hermosa, o tal vez dos, puesto que llegaba hasta él, desde debajo de las sábanas, un dulce y fuerte aroma a granja. ¿Y qué podría ser más apetitoso que la hija pelirroja de un granjero o ganadero? Movió perezosamente la cabeza y el cuello. No podía notar el bulto de la bolsa llena de monedas de oro, pues las almohadas eran numerosas y gruesas, pero podía imaginarlo.

Intentó recordar por qué había hecho aquella última apuesta temeraria que por fortuna había ganado. El fanfarrón de barba rizada había afirmado que poseía el delgado silbato de hojalata de una mujer sabia y que servía para convocar a trece animales de cierta especie. Al oír esto Fafhrd se acordó de la mujer sabia que muchos años antes le dijo que cada especie animal estaba gobernada por un grupo de trece. Así pues, su sentimentalismo se despertó y quiso conseguir el silbato para regalárselo al Ratonero, que se pirraba por los pequeños artefactos mágicos... ¡Sí, tal había sido el motivo!

Con los ojos todavía cerrados, Fafhrd trazó su curso de acción. Extendió de repente el brazo izquierdo y, sin necesidad de tantear, cogió la jarra de vino (¡todavía fresco!), bebió la mitad (¡puro néctar!) y volvió a dejarla sobre la mesilla. Entones acarició con la mano derecha a la muchacha (¿Hrenlet o su prima?) desde el hombro hasta la cadera.

Estaba cubierta de un pelo corto y cerdoso, y le respondió a la sensual caricia amorosa con un cálido mugido...

Fafhrd abrió los ojos y se irguió en la cama. La luz del sol, que penetraba en la estancia a través de la pequeña ventana sin cristal, le cubrió con una luminosidad amarilla a la vez que arrancaba una miríada de destellos de la madera pulimentada de la habitación, con su infinidad de variados arabescos. A su lado, sobre otro montón de almohadas y posiblemente drogada, había una ternera de color castaño rojizo, grandes orejas y morro rosado. De súbito Fafhrd pudo notar los cascos a través de las botas, y apartó bruscamente los pies.

Más allá de la ternera no había ninguna muchacha, ni siquiera otra ternera...

Introdujo la mano bajo las almohadas. Sus dedos tocaron el cuero con doble sutura de su bolsa, pero en vez de estar llena de monedas de oro y tensa a reventar, estaba tan aplanada como una torta de Sarheenmar sin levadura, con excepción de un estrecho cilindro, el delgado silbato de hojalata.  

Aparto las ropas de la cama, que se agitaron en el aire como una vela arrancada durante una tormenta. Se metió bajo el cinto la bolsa vacía de oro, saltó de la cama, cogió su larga espada por la peluda vaina, con la intención de usarla como un garrote y, haciendo una breve pausa para apurar el vino, salió apresuradamente de la habitación a través de la puerta cubierta por pesadas cortinas dobles.

A pesar de lo furioso que estaba con Hrenlet, tuvo que admitir que la muchacha había sido sincera con él hasta cierto punto: su compañera de cama era una hembra pelirroja que sin duda procedía de una granja y, dentro de los cánones de la belleza vacuna, era un animal hermoso, mientras que su mugido, ahora de alarma, tenía una evidente cualidad amorosa...

La sala común del palacio era otra maravilla de madera pulimentada, pues el reino de Movarl era tan joven que sus bosques constituían aun su principal riqueza. A través de las ventanas se veía una vegetación exuberante. De los muros y el techo sobresalían fantásticos demonios y doncellas guerreras aladas, todos ellos de madera tallada. Aquí y allá, apoyados en la pared, había arcos y lanzas bellamente pulimentados. Una ancha puerta daba acceso a un patio estrecho, donde un semental bayo se movía inquieto bajo un techo vegetal irregular. La ciudad de Kvarch-Nar tenía por cada casa veinte árboles frondosos.

En la sala común había una docena de hombres vestidos de verde y marrón, bebiendo vino, jugando ante tableros y conversando. Todos ellos eran fornidos, de barba oscura, ligeramente más bajos que Fafhrd.

El norteño observó al instante que eran los mismos tipos a los que había despojado de su oro la noche anterior, y esto, airado como estaba y encendido por el vino que acababa de tomar, le hizo cometer una indiscreción casi fatal...

- ¿Dónde está esa Hrenlet, ladrona y malnacida? – rugió,
blandiendo la espada envainada por encima de su cabeza. – ¡Me ha robado todas mis ganancias, que guardaba bajo las almohadas!

Los doce hombres se pusieron en pié al instante, las manos en las empuñaduras de sus espadas. El más corpulento dio un paso hacia Fafhrd y le dijo en tono glacial:

- ¿Te atreves a sugerir que una doncella noble de Kvarch-Nar ha
compartido tu lecho, bárbaro?

Fafhrd se dio cuenta del error que había cometido. Su relación con Hrenlet, aunque era evidente para todos, no había sido comentada en ningún momento, porque los hombres de las Ocho Ciudades reverencian a sus mujeres y les permiten hacer lo que deseen, por licencioso que sea. Pero ¡ay del forastero que se atreva a mencionar tal cosa!

Sin embargo la ira de Fafhrd se impuso a su razón.

- ¿Noble dices? –gritó– ¡Es una embustera y una puta! Sus
brazos son dos serpientes blancas que se retuercen bajo las mantas... ¡en busca de oro, no de un ser humano! ¡Y a pesar de eso, también es una pastora de lujuria y ha hecho que su rebaño paste entre mis sábanas!  

Una docena de espadas salieron chirriando de sus vainas, al tiempo que los hombres se precipitaban hacia él. Fafhrd recuperó la lógica casi demasiado tarde. Parecía quedarle tan solo una posibilidad de supervivencia. Saltó hacia la gran puerta; parando con su espada todavía enfundada los golpes precipitados de los esbirros de Movarl, corrió a través del patio, subió de un salto al caballo ensillado y le espoleó con los talones para que emprendiera el galope.

Se arriesgó a mirar atrás mientras los cascos herrados del caballo empezaban a arrancar chispas del estrecho camino enlosado que discurría entre árboles, y pudo ver a Hrenlet, la muchacha de cabello dorado, apoyada en una ventana, con los brazos desnudos y riendo alegremente. Media docena de flechas pasaron zumbando a su alrededor y azuzó al caballo para que corriera más.

Había recorrido tres leguas por el serpenteante camino de Kleg-Nar, que discurre hacia el este a través del espeso bosque, hasta la costa del Mar Interior, cuando se percató de que todo lo ocurrido había sido un truco, maquinado la noche anterior por los perdedores aliados con Hrenlet para recuperar su oro, y quizá alguno de ellos a su muchacha, y que habían arrojado las flechas con la intención de que fallaran el blanco.

Detuvo su montura y escuchó. No oyó que nadie le persiguiera, lo cual confirmaba sus suposiciones. Sin embargo ahora no podía volver atrás. Ni siquiera el propio Movarl podría protegerle tras lo que había dicho de una dama de su corte.

[...]

Sin embargo, a pesar de lo ocurrido, no podía odiar a Hrenlet. El caballo era robusto y de su silla colgaba una bolsa de gran tamaño con comida y una cantimplora llena de vino. Además, el tono rojizo de su pelaje era similar al de la ternera.

Una broma pesada, pero buena.

Por otro lado, no podía negar que Hrenlet se había revelado magnífica entre las sábanas... una clase superior de vaca esbelta y sin pelaje, y además ingeniosa.

Abrió su bolsa delgada como una torta y examinó el silbato de hojalata, el cual, aparte de sus recuerdos, era ahora lo único que le quedaba del botín obtenido en Kvarch-Nar. A lo largo de uno de sus lados presentaba una serie de caracteres indescifrables, y en el otro la figura de una delgada bestia felina acostada. Fafhrd meneó la cabeza, dibujando una amplia sonrisa en los labios. ¡Qué necio podría llegar a ser un jugador borracho! Estuvo a punto de tirar el silbato, pero recordó que al Ratonero le gustaría poseerlo, y lo guardó de nuevo en la escuálida bolsa.

Espoleó el caballo con los talones y siguió avanzando a paso largo hacia Kleg-Nar, silbando una marcha mingola, misteriosa pero estimulante...


Nos vemos.
El pirata literario... ;P

PD: Soy consciente de estar violando derechos y copyright pero teniendo en cuenta la promoción activa que les estoy haciendo...

PD2: Además, acabo de ganarle la mano al lechuga, con lo pesado que le ha llegado a poner con su "Juego de Tronos" aun no ha llegado a reproducir aquí parágrafos enteros para hacer publicidad!!! ;P

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